kurt cobain y su espíritu femenino

sabina haydeé
5 min readAug 15, 2020

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Cuando pienso en Kurt se me ocurre que es un laberinto. Digo laberinto, pero capaz lo que estoy pensando son los intestinos de la mujer que tuvo en la portada de In Utero, cuya figura expuesta siempre me horrorizó y me atrajo en partes iguales. O capaz no es nada de esto, sino que hablar de Kurt es hablar de muchas cosas, porque él era un rockstar, su banda es una de mis favoritas, pero también era él quien cantaba por la radio cuando íbamos a una fiesta y yo lloraba en el asiento trasero, descompuesta, porque mi relación había terminado. Era una camiseta con su rostro la que yo tenía cuando ingresé inconsciente al hospital y el doctor la cortó en dos porque no había manera de rescatarme a tiempo. Coloqué un poster de él la primera vez que empecé la facultad, porque estaba asustada e intimidada, y Kurt se sentía como un amigo más que como un ídolo, y tenerlo cerca me daba fuerzas. Hablar de Kurt un poco es mostrar un túnel que conduce directo al fondo de mi corazón.

Todo arte es una especie de promesa en la cual el artista intenta atraernos todo el tiempo a su alma, y para ello nos promete la respuesta, el amor, el alivio. No sé qué me propuso Kurt cuando me deslizaron Nevermind por la mesa, pero sí recuerdo que sentí un escalofrío. Su espíritu era diferente al resto de los rockeros, y se percibía en el aire. Cuando mi novio de ese entonces me mostraba entusiasmado sus artistas favoritos los nombraba con amor, con violencia: Clapton, Harrison, Hendrix, Jagger, Frusciante, y yo notaba en ellos ese ardor, esa furia que suponía que un artista de ese tamaño, capaz de tocar una guitarra, llenar un estadio y drogarse en el baño tenía que tener. Pero Kurt era suave, era dulce, su promesa era otra. Ahora pienso que tendríamos un nombre para un hombre como él: era un adelantado, un desconstruido, uno liberado, vaya a saber si a la fuerza o por instinto, de todas esas cosas pequeñas que nos atan, nos censuran, nos limitan, nos dicen: un hombre es esto, y actúa así, y besa así, y se mueve así, y una mujer es aquello, y se pinta así, y se viste así, y se siente así. Kurt estaba en el medio, fluyendo como fluye un río, con sus pantalones rasgados, sus remeras estampadas o a rayas, su pelo rubio, el cigarrillo colgando de los dedos. Kurt y su espíritu femenino, su promesa silenciosa que dice, o parece decir: Yo te entiendo, yo te escucho, yo soy uno de ustedes.

Y era. Por algo uno lo descubre siempre en la adolescencia, a Nirvana. O capaz no, pero ahí es cuando todo tiene sentido, cuando sus gritos cobran una fuerza especial, una violencia que no es tan solo terrenal. Kurt grita y el adolescente oye, y se restituye en su música al enojo, al despojo que uno siente cuando crece, y se da cuenta que las cosas no son como deberían ser. Hay artistas atemporales y hay artistas con tiempo, con reloj, que están tan aferrados a una partícula en el espacio que para tomarlo tenes que tomar todo su contexto. Kurt es artista con reloj.

Había una dualidad, también, una cosa bestial en su música, en sus pasiones, en sus gritos. Me recuerda un poco a otro ejemplo extremo, John Lennon, que no tenía dificultades para jugar a ser un matón pero le costaba adueñarse del poeta loco que vivía dentro suyo, y con quien se sentía más identificado. Kurt tiene eso también, era un tipo que hacía sus conciertos usando vestidos, besaba a sus amigos, escribía en paredes ¡dios es gay!, nos pedía: Come as you are / as you were / as I want you to be, y en él flaqueaba lo masculino, las reglas se entrelazaban y se enredaban y él pateaba el tablero, quedaba colgando, flameante, femenino. Su energía suave, alentadora y empática es la que necesitamos en días como estos, en estos años interminables que se abren ante nosotros y nos piden decisiones bruscas, violentas. La única manera parece ser el compromiso con el otro, la disolución de diferencias, de barreras, admitir esa energía suave y liviana dentro de uno, suavizar los bordes, aceptar el poeta loco, el romántico eterno. “Si alguno de ustedes odia a los gays, a las personas de color o a las mujeres por favor hacenos un favor: ¡dejanos en paz! no vengas a nuestros conciertos, no compres nuestros discos” nos pide en Incesticide, y nos despoja de paradigmas. Este no es un lugar para el odio, nos advierte, y cambia las reglas.

A veces, cuando veo fotos suyas, se me ocurre que estaba muy solo, terriblemente abandonado por su tiempo consumista, expulsado a un estadio violento y a un mundo bullicioso, cruel, amargo, demandante, sexista y homofóbico en donde él quiere encajar (¡cómo no va a querer!) pero no en sus cajas, no así, no como ellos quieren que sea. ¡Vení como sos! Nos pide, pero no sé si le hacemos caso. Incluso hoy nos justificamos, nos ponemos en barreras, en cajas pequeñas, nos decimos: bueno, esto es así y lo reducimos, lo simplificamos, nos achicamos. Come as you are, rogaba Kurt, y nosotros miramos para otro lado. Pienso conmovida que tal vez Kurt hubiese estado más seguro en tiempos como estos, donde al menos estas discusiones tienen nombre y canal, donde tenemos otros ojos, otros oídos, donde capaz él no se hubiese sentido tan desplazado, como para encerrarse en un cuarto, comprar un arma. La fuerza de su espíritu reside en su bondad, en su simpleza, en esa cuota femenina que sale a la luz, que él no tapa, sino orgulloso dice: Sí, y qué, esto soy: “Toda mi vida me sentí cercano a las mujeres, es con ellas que soy amigo. Y siempre fui alguien ameno, femenino”.

Hay un peso que viene con esto, con esa abertura de un ser que no está en su tiempo, que llegó antes, que vive con culpas, sintiéndose violento porque lo que ve fuera no le gusta, pero sigue siendo humano, sigue queriendo encajar, sigue queriendo encontrar el reflejo de lo que es, un hombre del futuro, un desatado, un femenino: “I never met a wise man / If so it’s a woman” (Nunca conocí un hombre sabio. Si lo hice, era una mujer).

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