Es una energía madura, menos urgente, la que me informa: las cosas han cambiado.
— Sí.
— Ahora sos toda dueña, toda reina.
— ¿Antes no?
— Antes no querías. No estabas lista para querer.
— ¿Pero ahora sí?
— Sí.
— Ahora quiero. Ahora puedo querer.
— Sí, ahora podes querer siempre. Ya no tenes miedo.
— No temo, soy toda reina.
— Toda.
— Toda mía.
— Toda.
— ¿Haré las cosas bien? ¿Saldran las cosas bien?
— Siempre sale todo bien. Uno no se da cuenta de eso hasta mucho después, cuando ya se muere, pero en verdad…
— Todo sale bien.
— Todo. Incluso lo que no, incluso lo terrible, lo tremendo.
— Incluso eso sale bien.
— Incluso eso.
— Soy toda reina.
— Toda.
— ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo empiezo?
— Empezando. Uno se mueve y después las otras cosas le siguen. Vos marcas el ritmo ahora.
— Porque soy mía.
— Joven, además. Toda una privilegiada.
— No creo en el tiempo.
— Yo tampoco. Y sin embargo ya no sos lo que eras. Sos otra.
— He cambiado.
— Has vivido veintidós años, veintidós veces. Es mucho. Incluso para alguien que no cree en el tiempo, es mucho.
— Creo en el momento. Estoy acá, así. Después estoy acá, asá. Y así.
— Pero hay un ritmo, un hilo conductor que te une a la otra que fuiste y a la otra y a la otra y a la otra. Hay cambios. Las cosas no son lo que eran.
— No. No lo son. Pero aunque no haya tiempo, hay vida. Y donde hay vida hay esencia. Es la esencia la que marca el ritmo, determina al hablante. Fui veintidós veces yo y sin embargo esta es mi primera vez siendo, mi primera vez sintiéndome dueña.
— Porque las cosas cambian. Con el tiempo o a destiempo, las cosas cambian.
— Yo cambié.
— Has cambiado.
— Yo sané.
— Has sanado.
— ¿Ahora qué hago? ¿A quién ayudo?
— A vos. Y después, a vos de nuevo. Y así. Solo cambia algo si cambias vos. La vida pasa ahí, donde uno menos se da cuenta. Un día naces y otro te descubris entera, sin límites. Tuya.
— Mía.